Fresco

Era el último día de mis vacaciones. Si bien no soy fanática de las despedidas, decidí que acercarme a él por última vez sería literalmente como un buen punto de partida. Así que corrí con todas mis fuerzas y llegué al destino caliente. Estaba descalza con lo cual era doble desafío. Seguro comprenderá el lector que pisar arena al mediodía es mas tortuoso que acostarse en una cama de clavos. Pero valía la pena.
 Tomé coraje, visualicé el destino, respiré hondo y comencé a correr. Había divisado un par de sombrillas que me harían de postas provisorias.
Llegué a la primera que estaba a mitad de mi recorrido. Una señora sentada en una reposera se asustó tanto que gritó e  hizo el ademán de pegarme. Señalé mis pies y entendió todo con una sonrisa.
— Es mi último día. Estaba loca por volver a verlo.
—Entiendo lo que te pasa. Te convido un mate así pasa un poco la angustia.
— Gracias señora. Es un encanto.
Le devolví el mate.
— Voy a verlo.
Y así fui pasando por tres postas mas con idénticas reacciones. Luego de un salto aterricé en la arena húmeda. A los segundos una nueva linea de espuma me rozo.
Corrí hasta zambullirme. El agua salada se mezclaba con mis lágrimas dulces. Estuve un tiempo largo buceando junto a dos lunáticos como yo. El resto miraba desde sus carpas. El sol acechante suponía una amenaza para ellos como la radiación o las tormentas eléctricas, pero yo prefería morir así.
Cerré los ojos y mientras el agua recorría mis pies escuche: el golpe de las olas, el silencio posterior, algunos ladridos a lo lejos y varias conversaciones con murmullos de preocupación hacia donde me encontraba.
Definitivamente algo estaba sucediendo pero no me importaba. Entré en un viaje que logró distanciarme del resto del sonido ambiente. Solo quedó el sonido de las olas. Llegué al objetivo que deseaba cuando logré esa comunión. Me dispersé en partículas junto con las olas que rompían. En algún momento tocaría algunos pies...

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