Impermanencia


                No ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la vi. Ella, majestuosa estatua, era testigo silenciosa de mis confesiones. Como un niño curioso, formulaba una retahíla de preguntas acerca del universo. Ella, sólo me contemplaba, desde su pétrea existencia.

               Fueron tantas las decepciones que sufrí en mis relaciones amorosas, que elegí centrar mi afecto en alguien que no pudiera contradecirme. Deseé vehementemente que sea mía, considerando que sería la decisión mas importante de su vida. En ese preciso instante, como señal aprobatoria, una sucesión de destellos encendía el cielo por breves segundos. Comenzó a caer algo de esa estatua. Resultó ser el cemento que cambiaba su consistencia. Mabel, cómo me gustaba nominarla, descendió de su pedestal para abrazarme.

              Ella, conocía mis preferencias, como por ejemplo, que en vacaciones prefiero descubrir piedras coloradas en la arena. Sabía de mis temores ocultos. Le confesé que el ruido de las olas solapándose me recordaba a las cuchillas de los carniceros. Por lo cual no podía permanecer mucho tiempo próximo al agua.

             Ella, que me comprendía tanto como a un hijo, no pudo prever que el sonido de su voz me resultaría desagradable. Razón por la cual con su primera frase, la abandoné en aquella plaza. 

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