Palabras más, palabras menos

Si usted es amante de la buena literatura recordará la trilogía de Lucio Hidrorola. Era el detective contratado por señoras que, corrompido por el dinero de sus maridos, encubría sus infidelidades. Cuando el pago era efectuado, usaba la evidencia para seducir mujeres despechadas, con autoestima tan baja como escarabajo en el suelo.
 Lucio fue el más memorable de mis personajes. Apabullado por vivir bajo su sombra, me siguió un bloqueo creativo de cinco años.
 Mi editor me propuso una continuación de la saga. A pesar de aborrecer el retorno de mi alter ego, mi estado fue de plena felicidad como niño envuelto entre las olas del mar. Era mi oportunidad de saldar antiguas deudas.
                Comenté esta novedad a la única persona en quien confiaba. Mi progenitor me esperó en el nosocomio. Hace rato que no recibía mis visitas.

—Esto termina mal…

    Fue extraño escuchar una frase coherente de su parte dado el avanzado Alzheimer que sufría. Acto seguido, tuvo un acceso de locura en el que rasguñó las paredes. Poco me importaban las opiniones de los demás. Me despedí con un beso en su frente.
                Decidido a sentirme más importante que mi personaje, produje un cambio en la trama. Lucio se enamoró de una de las despechadas, Marga Vigerstein, toda una lolita de Nabokov en apariencia. Ésta se divorció, luego de un largo cortejo por parte del detective. Lucio olvidó sus antiguos vicios y se transformó en un hombre normal. La historia termina con el compromiso de ambos en una playa de Uruguay. “El fragor de los barcos se sintió a lo lejos”. Fin.
 Con la copia de mi relato esperando en el escritorio, la ducha se mostró más placentera que nunca. Al terminar de bañarme, mi libro había desaparecido. Decidido a reimprimirlo, me encuentro con su total alteración. Lucio no soportó la monogamia y reincidió. Su prometida, no toleró ser engañada nuevamente. Se suicidó en la playa donde se juraron fidelidad. “La arena era un torbellino, el mar su calma”. Fin.              
            No di mayor crédito a lo que pasaba, soy apático de nacimiento. Me llevé el original. Tropecé con un sujeto en la esquina de la editorial. Me pareció tan idéntico a mí.

—¡Perdón! No lo hice por dinero. No me condenes a una vida vacía.

Antes de que pudiera salir de mi asombro, se escabulló entre la multitud.
Entré a la editorial.

—Sos un desbolado. Te fuiste sin cobrar.

Mientras esperaba mi cheque recordé las palabras que Lucio me dijo minutos atrás. Nunca más lo volví a ver.




Comentarios

Jorge dijo…
Me cuesta seguirte, pequeña, pero ¡lo disfruto! ¡Adelante!

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