Del viaje de la gansa

Aquella solitaria gansa estaba añorando el antiguo zoológico del cual era accionista. Había apostado con éste en una partida de póquer y perdió todo de una sola mano. Se quedó con una caja de zapatos por la bondad de los patos locales.


Tuvo que buscar trabajo de camarera en el bar de Tito, el cual la hacía vestir de rumbera. Ante las perversidades de la clientela, que le metía billetes en las bragas, decidió regentear un prostíbulo.

Esta es la historia de Marina la gansa cabaretera. Con el abundante público, decidió publicar una búsqueda de socio/a, al cual delegarle con el tiempo una franquicia. Se presentó el pato Basualto, la pata Clementina y la gansa Clotilde. Esta última fue elegida por paridad de raza.

El comienzo fue promisorio. Ambas sugirieron ideas refrescantes como importar bellezas del Canadá o incorporar una línea de corsetería italiana con que vestir a las chicas del cabarulo.

El negocio prosperó con rapidez hasta la decisión de realizar una nueva convocatoria. Se volvió a presentar el pato Basualto y ganó por persistencia y seducción.

Basualto se distribuía en turnos rotativos en ambas franquicias. Comenzó a salir clandestinamente con ambas socias. Hasta que se pudrió el rancho y nuestra gansa protagonista se enteró. Pero el pato y su naturaleza traidora arguyeron un plan contra la gansa Marina. Le llenó la cabeza hasta el pico a la gansa Clotilde, que justamente por gansa se creyó las habladurías. Juntos embaucaron a Marina, la cual quedó en la calle con su caja de zapatos, como empezó esta historia. Aún la vemos haciendo promociones para la empanaderia de la otra cuadra.

Nuestra moraleja es tan simple como que el ganso es ganso. No se puede ir contra la propia naturaleza.

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